La vida en la calle es muy dura.
Te lo dicen esos ojos redondos, llenos de vida y miedo. Siempre huyendo de todo, entre las sombras. Te lo dicen esos cuerpos sucios; los mismos cuerpos que se quedan fríos las noches de invierno que no encuentran cobijo. Vulnerables al odio de los vecinos, al tráfico, a las temperaturas extremas, a los venenos, a las enfermedades, al hambre, a la sed. Condenados a sobrevivir marginados entre el asfalto de nuestras ciudades.
La vida en la calle es muy dura. Te lo dice la experiencia de los años. Te lo dice la experiencia de los años...
Te lo dicen esos ojos redondos llenos de miedo que nadie entiende. He tratado con cientos de ellos a lo largo de mi vida. Gatos recién nacidos, huérfanos, callejeros, abandonados, los que se dejaban ir y los que todavía luchaban por quedarse… e hice por ellos siempre todo cuanto me fue posible, incluso en esas ocasiones en las que me tuve que conformar con el peor de los consuelos.
Por los menos afortunados no pude más que acompañarles a emprender un viaje sin retorno, sabiendo que quizás, aquel fue el gesto más amable que encontraron en su vida.
He perdido cuenta de cuantos gatos saqué de la calle para darles un buen hogar, de cuantos gatos salvajes he cuidado y curado a lo largo de mi vida con la esperanza de haber suavizado un poco su sufrimiento en su paso por este mundo.
He criado a los hijos de otras madres con el mismo amor y dedicación como lo haría con los de mi sangre. He sentido la pérdida de todos ellos cuando se han marchado o cuando les he perdido el rastro. Cuando ando buscando a los míos entre los contenedores de basura. Sufro cuando hay tormentas, cuando hace frío, cuando sé que están enfermos, cuando sé que están bajo amenaza, cuando los abandonan sin mirar atrás para no ser vistos, cuando tratan de hacerles daño. Cuando huelo veneno.
Es algo que en la calle te enseñan: nunca se hace callo. El corazón nunca se acostumbra. Mamar el sufrimiento ajeno siempre desgarra. Siempre resulta igual de insoportable.
Ellos son los no retornables. Los que jamás volverán al calor de un hogar porque nacieron sin él. Los que nunca esperan nada porque no tienen nada. Por no tener, no tienen ni derechos en nuestro sistema. Los que la sociedad invisibiliza, acosa, repudia, sentencia. Los que son capturados y trasladados al infierno de las perreras para verse y sentirse morir. Los que pagan con su vida la queja estúpida de un vecino, con la impunidad y complicidad de las instituciones y de quienes lo consienten. Como si matar pudiera ser algo lícito.
Ellos son los gatos callejeros, los mal llamados vagabundos. Los no retornables. Quizás no los podéis ver, pero son, tal vez, lo único real.
Escrito por María Gil
Me ha sacado lagrimas cuanta verdad hay en sus palabras ,sufro todo el maltrato que existe hacia ellos,tengo 18 en mi casa y no los dejo salir porque ahí esta la sociedad que los condena
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